Territorio de Ideas, espacio de diálogo interdisciplianrio del Programa de Investigación del CCP, llevó adelante un conversatorio a partir de crónicas que relatan las dinámicas culturales que generan el tacú y el batán, dos utensilios simbólicos de la comida criolla popular.
Invitados:
Martha Paz Burgos (Investigadora y catedrática)
Roberto Navia (periodista e investigador)
A continuación compartimos los trabajos escritos por nuestros dos invitados.
El Tacú a lo largo del Tiempo
Por: Martha Paz.
Desde la creación de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra en 1561, el tacú acompañó a los cruceños con sus compases, olores y sabores, producidos intermitentemente desde las madrugadas hasta los anocheceres. Las manos de las mujeres, en jornadas agotadoras, majaron maíz, yuca, plátano, arroz y carne, entre otros ingredientes, para surtir de sopas, platos fuertes, bebidas, horneados, postres y cafè a las mesas de los hogares. Este mortero, con formas de mujer, se ha eternizado simbólicamente en poesías, canciones y series, y se ha mantenido vigente en la gastronomía cruceña.
Tocsh Tocsh Tocsh Tocsh Tocsh Tocsh Tocsh Tocsh Tocsh… Así sonaba el tacú desde que clareaba hasta que anochecía. Una mujer, dos, tres, y hasta cuatro mujeres golpeaban un mismo tacú para desmenuzar el contenido. El mortero, hecho de tajibo, mara, morado o cuchi, maderas por demás resistentes, resistía los golpes del día, pero a la larga se rajaba. No importaba. Mientras estuviera de pie, funcionaba. Las rajaduras del tacú viejo permiten que la madera interactúe orgánicamente con la comida y esta sea más sabrosa.
El batán y el tacú: fuentes de una y mil historias
Por: Roberto Navia.
La vieja casona está ahí, 30 años después. Ya no es el niño el que la mira y no están los hermanos ni los primos con los que corría como cabrito durante las cortas vacaciones de invierno. Quizá fue la primera palabra que aprendió a hablar: Pipi. Así se llamaba este lugar en los mejores tiempos de la inocencia. Ahora, un letrerito malvado dice que ya no. Pero eso no lo sabe la hacienda que está al frente custodiada por una verja de alambre y por tres perros mansos como un rebaño, la que era de tía Nena: alta y de sonrisa perpetua, la que se acostaba en su hamaca tendida en el corredor que miraba al patio grande y desde ahí contemplaba la luna y recordaba las glorias de un mundo que ya no era, que ya no es.
+ Info.
Suscríbete a nuestro canal de YouTube y disfruta de esta y otras sesiones de Territorio de Ideas.